martes, 9 de agosto de 2016

Discobolus


Cada cuatro años, vemos que seres que pueden ser fácilmente considerados super-humanos, logran batir registros que hasta ese momento nungún otro humano en la historia había logrado. Pasa invariablemente, en virutalmente todas las disciplinas olímpicas. La cantidad de esfuerzo, dedicación, y concentración entre otras virtudes para lograr mover estos límites,  de alguna forma nos es  vagamente familiar pero es, al igual que la hambruna, la pobreza o la enfermedad, conceptos que sabemos que existen pero que difícilmente hemos experimentado en carne propia, muchos de los matices que traen estas situaciones nos son ajenos, solo los que compiten a ese nivel entienden esto a profundidad.

El tema de asumir como propias estas victorias es lugar común, y no quiero decir que no sea motivo de reflexión, yo también me hincho de alegría y emoción al escuchar el himno de mi país, se me pone la piel de gallina y todo y no logro explicar bien porqué, me parece vergonzoso sentir esto. Y si, hasta hace unos días no sabía quien era Oscar Figueroa, y si alguien mencionaba la palabra halterofilia yo muy seguramente pensaría que era una enfermedad rara o algún tipo particular de parafilia.  De esa ignorancia está hecha nuestra  piel de gallina,   una alegría parásita que engordamos en cada evento donde uno de lo ¨nuestros¨ triunfa, al son del himno nacional

Saliendo de este lugar común, lo que me llama la atención es como siempre los registros se van modificando, cada vez que se piensa que biológicamente hemos llegado al límite, algún ser extraordinario logra reducir o ampliar según sea el caso, estos límites, este cambio infinitesimal es la escencia de la competición y  creo parte de una naturaleza humana bien particular, relacionada con el  medir y hacerlo de nuevo, la construcción de saber a partir del ensayo y el error.  Este esquema metódico, científico si se quiere, que cuando se aplica al deporte, y nonos parece menos acarto a guisantes, lde repente resulta emocionante a tal punto que pone la piel de gallina sin saber bien porque ni como, lo que si sabemos es que ha sido así desde siempre.

Por eso el dicobolus de Mirón me gusta, en apariencia es un atleta, tensando cada músculo de su cuerpo, hasta la pecueca está contenida en la tensión del dedo meñique del pie. Esta tensión será liberada de la manera mas violentamente posible unos segundos mas tarde, con el único objetivo de intentar mejorar un registro, que en el remoto caso de ser exitoso, luego de millones y millones  de intentos previos, pasará la olvido algunos intentos después con un nuevo registro. Naturaleza humana que llaman.

Es una apariencia, porque en realidad es sobre el ideal de belleza y valores de la sociedad griega, porque no sabemos si fué un intento exitoso, o solo una práctica, no sabemos lo que sucedió antes ni después, pero igual nos pone la piel de gallina.

Lo que sí se sabe es que la  cabeza de esta escultura la pegaron (no puedo decir restauraron), los del museo británico mirando para el suelo. Originalmente la mirada del lanzador estaba obviamente dirigida al disco. La sutil diferencia entre un intento mas y un éxito histórico, retrada por una fortuita pero profunda ironía.









0 comentarios:

Publicar un comentario